jueves, 10 de abril de 2014

BOLINAGA. DECLARACIÓN DE DERECHOS HUMANOS.


Un estado de derecho no puede permitir que una persona muera en prisión. En el mismo estado de derecho tampoco se debería permitir que una persona permanezca secuestrada en una un zulo de tres por dos durante diecisiete meses, tres semanas y un día.

Es indudable que, además de las leyes que regularizan un estado de derecho, existen de igual manera las que regulan la dignidad y la integridad moral de las personas frente a sus semejantes.

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

Es curioso como el artículo primero de La Declaración de Derechos Humanos se abre a la sociedad como un pantomima resquebrajada que hace aguas en un constante naufragio.

Ni todos los seres humanos nacen libres e iguales, ni tienen los mismos derechos y una gran parte de ellos no están dotados de razón y conciencia.

A sus trece años estranguló y sodomizó a su víctima de cuatro. A sus catorce años, violó y asesinó a su vecina de ocho. Así sucesivamente podríamos recordar numerosos casos que pueblan la crónica negra del ser humano.

Bolinaga es un asesino que nació libre e igual en dignidad y derechos a los demás asesinos de ETA con la suficiente razón y conciencia para pensar desde la más absoluta de las enajenaciones en como matar a capricho y de forma indiscriminada a cualquiera de sus semejantes.

Todos los tratados que defienden y definen la palabra igualdad, empezando por el mayor panfleto de la literatura universal que, es acompañado de todas y cada una de las reformas que privan a la sociedad de la defensa contra los asesinos de niños, son la mayor y mejor garantía que tienen los que nunca debían haber nacido.


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