miércoles, 25 de junio de 2014

Sur de Francia



Personas y más personas se reparten por todos los lugares albergando en su interior distintos tipos de almas. Almas que muestran diferentes formatos de personalidad a modo de complejos sistemas electrónicos que se configuran en infinitas variantes para conseguir que, todos y cada uno seamos diferentes.

Sin embargo, la innata capacidad que en el peor de las circunstancias nos permite desarrollar un mínimo de conocimiento, crea en nuestro interior vínculos con los demás que crecen hacia lo hermético y cerrado de una unión eterna o en la mayoría de las veces nos separa de la hermandad con que la evolución nos protege al hacernos parte de un gran grupo.
¿Qué se encuentra uno en la vida? La respuesta a esta pregunta podría ser tan compleja como intratable pero lo cierto es que, alrededor de los sitios por donde nos movemos nos es fácil  encontrar la falsa felicidad. La frustración como remate final a cualquier momento de éxtasis mental, nos confina en nuestra propia cárcel al saber que cualquier estado de bienestar no es constante pero que, curiosamente nos sirve.
La psicología moderna ha tratado de buscar soluciones con las que explicar cualquier estado anímico y de manera teórica poder afianzarlo con el único fin de protagonizar el momento.
El bienestar es un estado concreto definido como una simple comparación con cualquier otro sentimiento que el cerebro alberga y que solo el ente propio puede valorar. ¿Cuán diferentes somos?
Hay tantas maneras de sentir dolor como personas hay en el mundo. El dolor es un patrimonio único complementado con la capacidad de respuesta al mismo. El sufrimiento siempre cicatriza de manera física e incluso nuestros rasgos lo hacen visible a los demás y la complejidad del ser humano es la que hace que siempre tengamos momentos malos en mayor cantidad.
La cabeza como regulador de todo nuestro conjunto, no tiene capacidad de enfermar y es simplemente el tiempo en determinado nivel el que hace que nos podamos instalar allí. El depresivo solo vive en la costumbre de observar la vida pasar sin manifestar necesidad. El enajenado salta de rama en rama sin observar riesgo de caída y el ente normal busca un equilibrio entre extremos.
Esperar lo que queremos puede ser la capacidad más insoportable que el ser humano pueda desarrollar. En ocasiones produce tanto sufrimiento que es preferible perderlo.
Sare 2008.

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