miércoles, 20 de mayo de 2015

Captoprina

Por fin la captoprina hace efecto. Han sido cuatro largos meses mirando la caja que se encuentra sobre el aparador, al lado de la katana, presidiendo las pocas fotografías expuestas en mi casa de la gente que quiero.

Hace unos meses, durante el proceso de donación de sangre al que acudo con la normal y lógica asiduidad, quedé sorprendido al conocer que después de cuatro o cinco medidas, mí presión arterial estaba demasiado elevada hasta para una persona veinte años mayor que yo. Las pulsaciones parecían propias del momento en el que acabas de terminar tres asaltos con algún cesto y esa suma de algoritmos rondando los treinta puntos dejó perplejo al comandante médico de las Fuerzas Armadas que estaba analizando mi momento salud.
Desconozco el por qué se me aconsejó no hacer la donación que aun así realicé y acto seguido se me indicó que pasara por la consulta de al lado para proceder en el mejor de los casos a paliar esta situación con algún medicamento del que toma mi padre.
Todo junto el fin de semana, fue mi respuesta a la pregunta sobre mi compromiso con el alcohol.
 
Todo lo que te puedas imaginar, respondí a la siguiente pregunta en relación con la reincidencia de mi pensamiento sobre los problemas que creía tener y eso sí, manifesté que terminaba de perder diez kilos que, por cierto hoy ya se han quedado en la mitad, creyendo que eso tendría que haber ayudado a relajar tanto la alta, como la baja.
Captoprina fue la decisión. Una al día durante toda la vida. Sin darme cuenta me encontraba ante la coyuntura de tener que, pensando en lo que pienso vivir, me quedaban por tragar unas veinticinco mil pastillas con la creencia que solamente harán el bien a mi salud.
Cuando llegué a casa, deposité la caja en la mesa de la entrada y si bien es cierto que mi primera intención fue la de hacer caso al galeno, jamás empecé ningún blíster, pero eso si, desde ese momento empecé a realizar un trabajo mental, esperando no equivocarme en mi propio diagnóstico en el que basaba ese estrés que según el conocimiento que tengo de mí mismo, propiciaba que mi sangre se agolpara contra las paredes de las arterias y venas por donde supuestamente corre.
Esta mañana, la suma de los dos números se acerca al veinte y desde hace varios días las tomas se han normalizado. Vuelvo a ser el Juanan de los 12/8, sigo con los mismos vicios y mi fondo de armario en lo que a problemas se refiere sigue del mismo color. Eso sí. Cada mañana al salir de casa, miro de arriba abajo la caja con la medicina que, supuestamente me está haciendo normalizar la salud.
El control mental como arma a la solución de problemas empieza por uno mismo. Si no somos capaces de entendernos y modificar el funcionamiento de nuestro cuerpo, jamás serviremos de nada a ninguno de los demás. La dificultad siempre empieza en nuestro interior.

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